Grandes desastres ecológicos marítimos como el sucedido en España con el Prestige en 2002 o el derrame de 2010 de BP en el Golfo de México han demostrado el enorme daño que hacen al ecosistema los vertidos tóxicos masivos. Cuando además hablamos de océanos esa catástrofe no sólo daña a las especies que se encuentran en la zona afectada si no que el vertido es capaz de escaparse de ese área afectando no solo a la fisiología de los seres vivos que habitan ese área si no de un gran número de especies. Estas catástrofes son capaces incluso de repercutir de manera directa en la dinámica poblacional y en la reproducción de animales que no viven en el área donde ha sucedido el vertido.
Aunque este tipo de derrames son poco frecuentes y los océanos tienen sus estrategias para paliar nuestros errores, el daño inmediato es irreparable en muchos casos y, como en el del vertido de BP, es posible que haya que esperar incluso décadas para conocer las consecuencias reales de la catástrofe.
Desde que estos derrames ocurren, una de las actividades que más se llevan a cabo por los equipos en defensa del medio ambiente es la recogida periódica de datos acerca de los niveles de contaminación y hacen posible que esa información sirva para que los esfuerzos de limpieza sean dirigidos donde más se necesitan.
Pero teniendo en cuenta que el vertido en el Golfo de México fue de 4.400.000 barriles de petróleo y ocupó una superficie tan grande como toda Islandia (prueba la aplicación If it were my home para hacerte una idea de su tamaño) y que a los vertidos marinos les afectan las corrientes, vientos, temperatura del agua… ¿existe alguna manera de controlar eficazmente un vertido de estas características y que puede hacer un daño tan grande a nuestro ecosistema?

Sí, sí se puede. La clave la tienen el doctor Huosheng Hu de la Universidad de Essex y sus peces robotizados. De una manera más lógica, barata y segura que utilizando equipos humanos ha conseguido que los peces creados por él naden en busca de los vertidos, los recorran y envíen información a tierra para que esos datos sean útiles para conseguir unas labores de limpieza más efectivas.
Este futurista proyecto fue implantado en Gijón en 2010, donde trabajaron tanto el equipo del doctor Huosheng Hu y sus peces robóticos gracias a una subvención de la Unión Europea de más de tres millones de euros. Estos peces de un metro y medio son capaces de esquivar barcos y comunicarse entre ellos a través de sónar para coordinar así sus esfuerzos con el único fin de ayudarnos a limpiar el agua que hemos ensuciado. Durante meses han estado probando la transmisión de datos de diferentes profundidades y ubicaciones, enviando imágenes tridimensionales para analizar la calidad del agua de Gijón.
Los Robo Fish, como se conocen a estos peces robóticos, cuentan con una batería que les proporciona una autonomía de ocho horas y son capaces de volver automáticamente a puerto para recargar y volver al mar a recoger datos.
El doctor Hu Huosheng, un extraordinario inventor, explica en este video por qué diseño este proyecto y cómo utiliza la robótica para solucionar problemas medioambientales en todo el mundo gracias a su amor por los peces y el mar… y sus próximos proyectos, la creación de una ballena que haga las veces de nodriza para un mejor conocimiento del océano.